Aprender a habitar Yu Ting Wong via Compfight

Defendía Hundertwasser, un provocativo y visionario arquitecto austriaco, que nuestro hogar era nuestra tercera piel. La primera era nuestra propia epidermis, la segunda nuestra ropa, la cuarta nuestra identidad y la quinta nuestro planeta.

Nuestra primera piel es un verdadero ecosistema de microorganismos que incluye grandes cantidades de hongos, bacterias y virus. Todo nuestro organismo, de hecho, es un verdadero universo cuyo genoma microbiano es varias veces superior al de nuestras “propias” células.

Me resulta sugerente imaginar cómo estos preciados contornos “nuestros” se desdibujan, se deslíen, se hacen permeables y nos permiten expandirnos.

Si así fuera, ¿dónde empezaríamos?, ¿dónde terminaríamos? Dicho de otra forma, ¿cuál es nuestro sitio en este mundo? ¿Podemos seguir observando los contornos como meras fronteras?

Este continuum en el que somos, nos conforma y nos inunda, incluso a pesar nuestro. Ante nuestra fascinación por identificar e identificarnos bajo formas objetivamente engañosas, la vida de la que formamos parte indisoluble exhibe su danza desbordante. Si perdemos cintura, podemos darnos por muertos. O casi.

(Durante un buen rato, he pensado en eliminar parte de este último párrafo,  apostillarlo para evitar reparos, pero finalmente me he negado. Es lo que intuyo y ahí está).

En cualquier caso, una cosa parece clara. Ya no podemos entendernos asépticamente separados de nuestro entorno. Nuestra salud depende de él, hasta el punto de que si, por alguna circunstancia, llegamos a perder nuestra tolerancia para reaccionar a las condiciones del medio en el que vivimos, nuestro organismo colapsa. Tendremos ocasión para charlar largo y tendido sobre enfermedades ambientales otro día.

Nuestra limitada mirada de supervivientes, poco dada a veleidades, nos oculta las más de las veces esta otra realidad abierta, global y dinámica. Nos mantiene de manera relativamente solvente en un mundo de formas limitadas, estancas y mecánicas, que no es poco. Pero no es todo.

Se me antoja que dejar surgir en nosotros una nueva mirada sobre todo lo vivo sería no sólo bello sino urgente. Un lujo sólo al alcance de la más absoluta austeridad.

Sólo la vida que así se construya, merecerá tal nombre. Esa es la bioconstrucción a la que me siento impulsado. Una bioconstrucción que no se agota ni en la técnica, ni en los materiales, ni en las casas, ni en nuestra salud. Una bioconstrucción que me impulsa a aprender a habitar de nuevo.

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