La casa y su entorno: el hábitat humanoCreative Commons License Kevin Dooley via Compfight

Hace algo más de dos meses que supe del manifiesto que un grupo de ciudadanos con dedicaciones tan diversas como la ingeniería, la economía, la antropología, la arquitectura, la docencia o la literatura dieron a conocer. Lo llamaron “Última llamada”.

Los autores del manifiesto llaman nuestra atención sobre las previsibles consecuencias de olvidar dónde vivimos, asunto que he tratado en este blog en varias ocasiones.

Por mi parte, llevo tiempo reflexionando acerca de la necesidad de posicionarme públicamente ante los síntomas, cada vez más evidentes, de que la próspera y eficiente civilización que creíamos estar construyendo no era tal.

Un adelanto, para los que decidan no seguir leyendo. Desde mi punto de vista, cualquier nueva forma de habitar este planeta tendrá asegurada su colapso si no asume que nada puede ser fuera de la trama de la vida.

Esta entrada, que será la segunda de las que compondrán la guía básica bioconstrucción para autoconstructores, quiere ser, a la vez, una modesta declaración de intuiciones.

En la primera entrada consistió en una pequeña introducción a la bioconstrucción o, mejor, a la biología del hábitat. Te contaba cómo la construcción convencional actual olvidaba a menudo los criterios biológicos a la hora de plantear sus proyectos.

Te invito a seguir adelante y a comprobar cuáles son las consecuencias de las interacciones entre nuestro hábitat y la naturaleza.

Vamos allá.

Un mundo finito

La cosa debió empezar a torcerse hace mucho tiempo. Hace ya 2.400 años, Hipócrates (que tampoco fue el primero en dar la voz de alarma), escribió aquello de que “ni la sociedad, ni el hombre, ni ninguna otra cosa deben sobrepasar, para ser buenos, los límites establecidos por la naturaleza”.

Nuestra obediente y progresiva “dominación de la tierra”, lejos de ser inocente, fue siempre acompañada de desequilibrios de envergadura directamente proporcional a la interferencia provocada en el ciclo biológico y a la cantidad de energía disponible. Y eso en un planeta finito, se acaba pagando.

¿Ejemplos?

Se pierde biodiversidad a un ritmo 1.000 veces superior al natural. Más del 80% de los bosques ya ha sido destruido o seriamente alterado. En España las zonas artificiales llevan más de una década aumentando a un ritmo de más de 3 hectáreas por hora. Casi el 80% de la población vive ya en las ciudades.

¿Qué tipo de vida es posible vivir en estas condiciones?

Sea cual sea nuestra respuesta a esta pregunta, no parece que nuestro actual modo de vida sea precisamente el que soñábamos cuando nos pusimos a progresar con tanto ahínco. Y nuestras casas no son ninguna excepción.

Nuestro actual estilo de vida está destruyendo los propios fundamentos de la vida. Algo ha fallado.

El hábitat humano

¿Has pensado alguna vez que la gran mayoría de la población mundial vive sumergida en atmósferas cargadas de partículas finas que ya la OMS clasifica como cancerígenas?

¿Has caído en la cuenta de que buena parte el suelo sobre el que vivimos, empobrecido por efecto de la erosión y la acumulación de biocidas, es ya completamente estéril?

Por uno u otro motivo, alguien podría llegar a pensar que aún está a salvo de este tipo de cosas. Se engaña.

Porque, ¿quién puede escapar al ambiente del interior de su propia vivienda o lugar de trabajo?

Hoy en día, nuestras viviendas y puestos de trabajo apenas disponen de aire realmente fresco. La calidad ambiental en su interior se ve afectada por los materiales de construcción, por los tratamientos de acabado, por el amueblamiento, por las instalaciones. Pasamos ya más del 90% de nuestra vida en el interior de espacios cerrados, expuestos a contaminaciones de origen electromagnético, biológico, químico, acústico,…

Según la Agencia Americana de Contaminación y Medio Ambiente (EPA), el ambiente interior de nuestras viviendas está entre 2 y 5 veces más contaminado que el exterior. Y en ocasiones, hasta 100 veces.

Viviendo en un entorno alterado

Los seres humanos, como el resto de los sistemas biológicos, somos el producto de la interacción de influencias telúricas (de tellus, telli –tierra-) y cósmicas.

Después de un par de millones de años de evolución natural, el género homo simplemente no está adaptado al entorno residencial cada vez más artificial en el que vive.

Como organismo regulador, el ser humano reacciona a las alteraciones del ambiente, acomodando su medio interior para mantener un estado de relativo equilibrio. Es lo que conocemos como homeostasis. Es esta interrelación activa con el medio la que nos permite conservar la salud.

El problema sobreviene cuando, debido a una sobreexposición a agentes exteriores, perdemos nuestro margen de tolerancia y bajo cualquier nueva exposición, por pequeña que sea, desarrollamos una hipersensibilidad.

En estos casos, ni siquiera encerrarnos en nuestras casas es suficiente. Pero apenas existen alternativas ante una contaminación cada vez más difusa y globalizada y la incomprensión generalizada impide el desarrollo de zonas blancas en las que poder siquiera reponerse por unos días.

Bien pensado, es lógico pensar que si la base de nuestra regulación interna es fundamentalmente química y eléctrica, la exposición a agentes contaminantes de análoga naturaleza nos afecte. La evidencia científica disponible así lo muestra.

Enfermedades ambientales

En nuestros días, el aire que respiramos es ya el noveno factor de riesgo para nuestra salud. Hace décadas que los epidemiólogos vienen hablándonos de cómo los factores ambientales, junto con nuestra genética, acaban por hacernos como somos.

La prevalencia de afecciones como las alergias, el cáncer, el reumatismo o las cardiopatías, se ha incrementado de manera significativa en los últimos 50 o 60 años.

Causas ambientales parecen estar detrás del aumento galopante de la incidencia del asma infantil, de las intolerancias alimentarias, de muchos de los nuevos casos de autismo.

¿Sabías que en las grandes ciudades hay un 50% más de enfermos que en las pequeñas poblaciones? ¿O que en los bloques de viviendas hay 3 veces más de enfermos que en las viviendas unifamiliares?

Ni siquiera los más escépticos pueden ya volver la cabeza ante el fuerte aumento del gasto sanitario y las pérdidas económicas originadas por factores ambientales.

Y es que, vuelvo a insistir, es urgente comprender que el entramado socio-económico que tan eficientemente hemos ido montando, especialmente a partir del s. XIX, ha tomado a la biosfera como una fuente de recursos, falsamente inagotable, olvidando, con una ceguera proverbial, que nosotros mismos somos parte de lo vivo. La mercantilización del medio natural tiene estas cosas.

“Prueba a contar tu dinero mientras contienes la respiración”, sentenció hace unos años el comisario europeo de medioambiente saliente, Janez Potočnik.

Si algún sector productivo ha destacado por su aportación a este sinsentido, ese ha sido el de la construcción. Los costes ambientales asociados a la actividad constructiva se han llegado a cifrar en un 7% del coste del propio sector.

¿Imaginas quién ha pagado este 7%? Incluso si pagara quien contaminó, ¿qué distorsionada visión de la realidad permitiría equiparar economía y recursos bióticos?

En nuestras propias viviendas nos vemos sometidos a una silenciosa exposición crónica a fuentes de contaminación que, en muchos casos, hemos introducido nosotros mismos.

En este escenario, ¿quién de verdad puede creerse realmente sano? ¿Sano y salvo? Para que nadie se llame a engaño, recuerdo la definición de salud de la OMS, que entiende la salud como “un estado de completo bienestar físico, mental y social”.

Puedo asegurarte que dentro de unas semanas, cuando hayas podido leer todas las entradas de esta pequeña guía, revisar el espacio en el que vives o trabajas te resultará un ejercicio muy saludable. Aunque seguramente te obligue a plantearte cambiar algunas cosas, empezando por algunos hábitos (y esa es la parte más complicada).

La bioconstrucción como ética

De acuerdo. El panorama no es precisamente alentador.

Estamos instalados en una crisis de la que hay quien pretende estar saliendo y quien espera aún su fase más virulenta.

En estos tiempos convulsos que estamos viviendo, en los que los artificios desinformativos se las ven y se las desean para ocultar apenas las enormes dimensiones del problema que venimos acumulando en los ámbitos ecológico, económico y energético, la búsqueda de soluciones se ha convertido en la obsesión del momento. Al menos para quien haya dejado atrás la negación del desastre, su propia desesperación y esté empezando a aceptar el estado del asunto.

Echo en falta, incluso en las propuestas más serenas, elaboradas y desinteresadas (en el buen sentido de la palabra), un planteamiento que, en su sencillez, me parece radicalmente imprescindible y que me cuesta dar por supuesto: comprender íntimamente que somos parte de la biosfera, que no hay fronteras sino sutiles contornos entre lo que parecemos ser “nosotros” y todo “lo otro”.

Esta comprensión es para mí el eje de la transformación oportuna. Desde mi punto de vista, sólo desde esta posición será posible plantear nuevas formas de organización social, de gestión de los recursos, de economía, de participación ciudadana. De otras formas de habitar, en suma.

Ahí es donde adquiere todo su sentido la bioconstrucción. No tanto como técnica, que también, sino como ética.

Aprendizaje y conciencia

Hacer accesible, permitir el aprehendimiento de esta visión, de esta conciencia, es primordial. Trocar nuestro habitual pensamiento lineal y nuestros análisis mecanicistas en otros más sistémicos, cibernéticos, biológicos.

A estas alturas, lo natural, lo sencillo, lo único que quizás pudiéramos considerar propio, nos resulta endemoniadamente difícil de comprender, de sentir.

Más allá de las críticas hacia el sistema ciego e inconsciente que hemos construido entre todos, de la confianza desmesurada en la tecnología, del recurso simple a soluciones ocultas, debería imponerse una nueva comprensión. El único aliciente realmente válido de esta nueva visión no será otro que la propia intuición de que así es. Esa misma que, quizás más tarde, impulse a poner en marcha entre quienes así lo sientan, esas nuevas formas de habitar.

Aunque probablemente fuera imprescindible un desaprendizaje previo, la generación de un conocimiento a partir de la vivencia compartida me parece una tarea irrenunciable.

El entorno de nuestras viviendas, nuestro hábitat más inmediato, es un campo privilegiado de experiencias relevantes en el que casi todo está aún por aprender, por mostrar, por vivir. Es la biología del hábitat.

Esa es la certeza que me anima a seguir escribiendo este blog, a contar lo que sé en los cursos de bioconstrucción que imparto, a intentar facilitar que quien pueda necesitar ayuda con su proyecto de construcción o rehabilitación, la encuentre.

Así que si crees que puedo echarte una mano, ya sabes dónde estoy.

A partir de la próxima entrada iremos desgranando ya los contenidos más prácticos de esta pequeña formación en bioconstrucción para autoconstructores. ¿Cómo conseguir un buen ambiente interior? Abordaré el tema de la atmósfera interior y los principales parámetros que debemos conocer.

Hasta entonces, si tienes alguna pregunta o comentario que hacerme, hazlo aquí debajo o contacta conmigo.

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